Vino al mundo hace dos décadas y pico.
Todo fue bien, que ella recuerde, hasta que
la separaron, a la hora de empezar a ir al cole, de su amiga Nuria, compañera
de juegos y aventuras desde muy chiquitas. La separaron porque unos señores de
un “sitio especializado” determinaron 
que, dada su “situación especial”, no podía ir  al mismo colegio que su amiguita,
Echaba de menos a Nuria, y ésta a ella,  pero tuvieron que adaptarse a las reglas
de  los mayores.   Según ellos, era por el bien de ambas, pues
Nuria no aprendería  al ritmo
deseado  estando con Virginia, ni esta
última se adaptaría a l@s compañerit@s diferentes a ella.
Nuria 
fue creciendo y aprendiendo según la norma estipulada, de acuerdo a las
diferentes etapas escolares, y vitales; 
mientras Virginia seguía un plan educativo que cada vez la  apartaba más, la hacía más diferente en el
plano negativo.  No le enseñaban a hacer
cosas sola, ni intentar cosas diferentes a lo establecido como idóneo para
ella, cosas  que  Nuria, de su misma edad, ya hacía. De forma
que ésta se fue  convirtiendo en una
pizpireta adolescente, con las inquietudes, ocupaciones y preocupaciones
típicas de esa etapa vital, mientras Virginia sin embargo, notaba que aun era
considerada y tratada como una bebé a sus 13 o14 años. A ella le gustaría ir a
tomar un helado sola con sus amigas y amigos, llevar el pelo del  largo que a ella le gustaba, peinarse  ella sola, 
darse  color en los labios, llevar
una falda corta de flores, que su familia tocará en la puerta de su cuarto
antes de entrar (como hacían en la puerta de su hermano) y que la dejaran
ducharse  ella sola. 
Nuria iba componiendo  su vida adulta, ese ir responsabilizándose a
trompicones de su vida, con caídas y errores y aciertos, con conflictos
externos e internos. El primer amor, el primer desengaño, el primer empleo, ese
ir perfilando una vida. Iba componiendo la mujer completa que sería mañana.
A Virginia 
le fueron  cerrando puertas a sus
anhelos, sueños, gustos y maneras de crecer. No se le permitían ni ensayos, ni
errores, ni caídas, se amputaba su desarrollo como persona adulta: ni primeros
amores, ni primeros desengaños, ni primer empleo, ni primeros pasos de
autonomía, su forma de ser diferente, pero Ser, de hacerse mujer, a pesar de
que ella era y se sentía mujer. Una mujer adulta y completa.
Recientemente, una mañana, sonó el teléfono,
lo cogió su madre. Era una chica del movimiento Vida Independiente que iba a
realizar un cortometraje reivindicando la belleza y la sensualidad de mujeres
diferentes, diversas. “Sólo quiero proponérselo a Virginia, y ver si quiere
participar, se trata solamente  de que se
de una vuelta de forma coqueta, ataviada con una boa de plumas rosa. Como ve,
algo sencillo y discreto.” La madre contesto que su hija no iba a participar en
un proyecto de esa especie,  ella no iba
a consentirlo,  su niña “no tenía
sensaciones de esa clase” y no iba a exponerla a que se le despertasen. Añadió
que su hija tenía una vida llena de actividades 
para niñas como ella. Y que su marido 
y ella dedicaban muy a gusto su tiempo y esfuerzo en  arroparla y cuidarla, y  no querían complicaciones. Después colgó
violentamente el auricular.       
Hay muchas Virginias, mujeres a las que se
les mutila su  derecho  y ser y estar en el mundo por ser diferentes,
diversas. Aunque esa diferencia la origine la naturaleza, rica en diferencias,
dotándolas con algo tan elemental y pequeño como un cromosoma de mas.  
                    
Trini Recio Ranea