Érase una vez que iba un día
Caperucita andando por el bosque cuando vio acercarse a su amigo Pinocho con un
cesto en la mano.
-¿Dónde
vas amigo? –-le preguntó ella—.
-A coger nubes. –respondió él, al tiempo que le crecía un poquillo la
nariz—.
-¡Ejem,
ejem! --exclamó Caperucita--.
-Bueno,
voy a coger moras para una tarta
que papá Geppetto y yo haremos
mañana.
–contesto Pinocho -- ¿Y tú dónde vas?
-A
llevarle a mi abuelita dulces y unos libros. Podemos ir juntos, si quieres.
Y allá van los dos, caminando por el bosque, charlando y
recolectando moras animadamente.
Cuando tenían el cesto
con bastantes moras, se encontraron a
los tres cerditos muy ajetreados, y como haciendo mudanza. Por allí se veían
dos casitas, una de paja y otra de madera, destrozadas, a lo que parecía, por
un pequeño tornado; mientras otra casita, esta de ladrillo, más amplia y confortable,
permanecía en pie, inmutable. Uno de los cerditos, mientras se afanaba ayudando
a los otros a mudarse, les decía:
-Tranquilos,
en mi casita hay sitio para que vivamos los tres juntos, no lloréis.
-Lloramos por lo estúpidos e ignorantes que
fuimos no dándonos cuenta de
que
nuestras casas, una de paja y otra de madera, y construidas de prisa y
sin
esfuerzo, no eran seguras y se caerían
al primer ataque de mal tiempo
que
se presentara. Hemos aprendido que el esfuerzo, el trabajo y la
constancia
son muy importantes en la vida. –dijeron
al unísono y medio
llorando los dos cerditos ”flojillos”--.
Caperucita y Pinocho decidieron echarles una mano en la mudanza,
pues el cesto de Pinocho estaba casi repleto de moras y aún era temprano. Con
su ayuda, el traslado y acomodo de las
pertenencias de los dos cerditos, estuvo terminado en un periquete. Siendo esto
así, los tres cerditos decidieron acompañar a Caperucita y Pinocho a casa de la
abuelita de la niña, que se encontraba al final del gran bosque.
Cuando avistaron la pequeña y apacible casita de la abuela,
vieron a ésta sentada en el porche, con un pie vendado y apoyado en otra silla,
y enfrente, sentado cómodamente, a un gran lobo. Al acercarse oyeron su animada
y a la vez reposada charla. Cuando la abuelita les vio, dijo a su nieta:
-Pasad, pasad, cariño, tú y tus amiguitos.
Sentaos todos y serviros té y
pasteles.
Hace un rato, mientras fregaba mi casa, resbalé y me caí; pedí
socorro porque no podía levantarme sola.
Entonces acudió este lobo del
bosque y me ayudó a levantarme. Luego, con
su apoyo, me senté aquí y me
ayudó a vendarme el tobillo con un emplaste
que me enseñó una vieja
gitana. Después le he invitado a un té y
pasteles para agradecerle que me
haya socorrido tan amablemente.
Y todos juntos siguieron tomando té y pasteles en agradable y
animada conversación.
Y colorín, colorado…….
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Seguramente habremos oído otras versiones de las historias de los personajes de este cuento. Pero las enseñanzas que derivaron de
ellas no han ayudado demasiado a que este mundo sea un poco más justo,
solidario y con más humanidad.
Humildemente: ¿Probamos con esta versión?
Trini Recio