viernes, 3 de abril de 2009

En el caso de Sara y David, quienes tienen capacidad para hablar, no se callan.


¿POR QUÉ DECIDEN POR SARA?


CARMEN GARCÍA PASTOR

Catedrática de Educación Especial.

Universidad de Sevilla.

Lo quieran o no, lo reconozcan o no las diferentes instancias administrativas implicadas, la familia formada por Sara, su compañero y su hija, existe, es una realidad.Es tan real como la situación de desventaja social que en este caso acompaña a la condición de discapacidad, haciendo de Sara sujeto de una doble marginación que se hace evidente en las medidas cautelares tomadas. Tanto la discapacidad como la falta de unas condiciones socioeconómicas adecuadas llevan a separar a cada uno de los miembros de esta familia, procurándole un lugar adecuado. Al padre y a la madre en una residencia en habitaciones diferentes se les exige una demostración de su capacidad para hacerse cargo de su hija ¿cómo se puede aprender a criar a un bebé sin bebé? ¿como hemos aprendido las demás madres y padres? Yo diría que nunca hemos aprendido del todo, que siempre hemos estado asaltados por las dudas sobre lo que podría ser mejor para nuestros hijos e hijas. Diría que más que nuestros conocimientos, ha sido nuestro amor, nuestra generosidad, lo que nos ha llevado a adoptar esa posición incondicional, que llegamos a llamar «instinto» a falta de una explicación racional, y nos ha hecho «luchar por ellos», «sacarlos adelante».Las embarazadas suelen gozar del mimo de sus familias, no sólo de sus parejas. Nuestras madres nos ayudan a preparar el nido, nuestras casas se van llenando de patucos, peleles y últimamente de catálogos con los objetos más sofisticados para el bienestar del futuro bebé. Todo el mundo se alegra y nos felicita por haber decidido traerlo al mundo. Sara escondía su barriga porque sabía que nadie iba a felicitarla, nadie le iba a hacer patucos a su bebé. No querían que ese bebé viniera al mundo. Asusta la unanimidad en esa decisión en contra de la de Sara de seguir adelante con su embarazo. La negación a la posibilidad de ser madre.Soy partidaria de la despenalización del aborto, en tanto que significa la libre decisión de la mujer para asumir la maternidad, no soy partidaria de que otros tomen esas decisiones, ni la Iglesia, ni la Administración. He leído y oído en los medios de comunicación estos días que se propone que las jóvenes de dieciséis años puedan abortar sin necesitar la autorización paterna. Podrán decidir, aun siendo menores, que hacer. Sara decidió, pero en contra de la decisión que otros ya habían tomado por ella, por eso, e inmediatamente, con una diligencia que llama la atención, se dio orden a las maternidades de avisar cuando la criatura naciera.La decisión de los otros siguió su curso: no podían impedir el embarazo, no podían impedir que fuera madre, pero sí podían hacer que no ejerciera como tal. Y lo hicieron con una diligencia tan insensible y despiadada que no les importó arrebatarle a la criatura de sus brazos, tratando de impedir que la lactancia que ya había comenzado afianzara el vínculo, reafirmara el afecto.¡Qué extraño sentido de la preservación de los derechos del niño es ese que le impide mamar del pechomaterno!¡Qué extraña forma de preocuparse por ayudar a esa madre que tanta ayuda necesita! Parece como si desapareciendo el bebé el problema también desapareciera. Pero el problema no desaparece, las condiciones de desventaja en las que ha vivido Sara siguen existiendo, una atención adecuada se revela inexistente para personas como ella. Si hubiera tenido un trabajo, una vivienda digna y una familia que la protegiera, la historia hubiera sido otra. Su discapacidad considerada de otra manera.Para las personas que apostamos por la integración desde hace más de treinta años, trabajando junto con padres y madres para eliminar la segregación, encontrarnos después de todo, con situaciones como éstas, nos sume en la impotencia de la incomprensión primera: la de la desconsideración del otro diferente.Nos lleva a la incredulidad ante tantas declaraciones políticamente correctas que nos abandonan en esta desesperanza. Porque se puede entender que haya que tratar con calma todos estos temas que entran dentro de lo que se llama «una vida adulta independiente », pero que se dé por supuesto que esta expresión sólo venga a significar el derecho a realizar actividades de ocio y tiempo libre, a una continua acumulación de «prácticas laborales» que excepcionalmente concluyen con un contrato de trabajo, a unos cursos de sexualidad para manejarse con corrección, y a jugar a las casitas aprendiendo a hacer las tareas del hogar, sin luego tener posibilidades de una vivienda digna…permítanme decirles que es un tipo de cinismo políticamente muy incorrecto. Yo he trabajado por otra causa, en la que a pesar de todo sigo creyendo, y es la que considera que la preparación para la vida adulta significa tener oportunidades para tomar decisiones, significa autodeterminación e independencia.Porque el reconocimiento de la diferencia significa tratar de comprender, ponerse en el lugar de ese otro, de esa otra extraña que hoy se llama Sara, y sentir esa incómoda complicidad con un nosotros que nos ha dejado de gustar porque nos encierra en un lugar de desesperanza en el que no queremos estar. Por eso, por librarme de ese encierro miserable, elijo hacerme yo también extraña y estar a tu lado, Sara.


Artículo de opinión publicado en La Voz de Cadiz Digital, el día 28 de marzo de 2009.

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