sábado, 5 de julio de 2014

VIRGINIA


            Vino al mundo hace dos décadas y pico.
Todo fue bien, que ella recuerde, hasta que la separaron, a la hora de empezar a ir al cole, de su amiga Nuria, compañera de juegos y aventuras desde muy chiquitas. La separaron porque unos señores de un “sitio especializado” determinaron  que, dada su “situación especial”, no podía ir  al mismo colegio que su amiguita,
Echaba de menos a Nuria, y ésta a ella,  pero tuvieron que adaptarse a las reglas de  los mayores.   Según ellos, era por el bien de ambas, pues Nuria no aprendería  al ritmo deseado  estando con Virginia, ni esta última se adaptaría a l@s compañerit@s diferentes a ella.
Nuria  fue creciendo y aprendiendo según la norma estipulada, de acuerdo a las diferentes etapas escolares, y vitales;  mientras Virginia seguía un plan educativo que cada vez la  apartaba más, la hacía más diferente en el plano negativo.  No le enseñaban a hacer cosas sola, ni intentar cosas diferentes a lo establecido como idóneo para ella, cosas  que  Nuria, de su misma edad, ya hacía. De forma que ésta se fue  convirtiendo en una pizpireta adolescente, con las inquietudes, ocupaciones y preocupaciones típicas de esa etapa vital, mientras Virginia sin embargo, notaba que aun era considerada y tratada como una bebé a sus 13 o14 años. A ella le gustaría ir a tomar un helado sola con sus amigas y amigos, llevar el pelo del  largo que a ella le gustaba, peinarse  ella sola,  darse  color en los labios, llevar una falda corta de flores, que su familia tocará en la puerta de su cuarto antes de entrar (como hacían en la puerta de su hermano) y que la dejaran ducharse  ella sola.
Nuria iba componiendo  su vida adulta, ese ir responsabilizándose a trompicones de su vida, con caídas y errores y aciertos, con conflictos externos e internos. El primer amor, el primer desengaño, el primer empleo, ese ir perfilando una vida. Iba componiendo la mujer completa que sería mañana.
A Virginia  le fueron  cerrando puertas a sus anhelos, sueños, gustos y maneras de crecer. No se le permitían ni ensayos, ni errores, ni caídas, se amputaba su desarrollo como persona adulta: ni primeros amores, ni primeros desengaños, ni primer empleo, ni primeros pasos de autonomía, su forma de ser diferente, pero Ser, de hacerse mujer, a pesar de que ella era y se sentía mujer. Una mujer adulta y completa.
Recientemente, una mañana, sonó el teléfono, lo cogió su madre. Era una chica del movimiento Vida Independiente que iba a realizar un cortometraje reivindicando la belleza y la sensualidad de mujeres diferentes, diversas. “Sólo quiero proponérselo a Virginia, y ver si quiere participar, se trata solamente  de que se de una vuelta de forma coqueta, ataviada con una boa de plumas rosa. Como ve, algo sencillo y discreto.” La madre contesto que su hija no iba a participar en un proyecto de esa especie,  ella no iba a consentirlo,  su niña “no tenía sensaciones de esa clase” y no iba a exponerla a que se le despertasen. Añadió que su hija tenía una vida llena de actividades  para niñas como ella. Y que su marido  y ella dedicaban muy a gusto su tiempo y esfuerzo en  arroparla y cuidarla, y  no querían complicaciones. Después colgó violentamente el auricular.      
Hay muchas Virginias, mujeres a las que se les mutila su  derecho  y ser y estar en el mundo por ser diferentes, diversas. Aunque esa diferencia la origine la naturaleza, rica en diferencias, dotándolas con algo tan elemental y pequeño como un cromosoma de mas. 


                     Trini Recio Ranea

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