martes, 16 de septiembre de 2008

Cuando era una niña me encantaban los cuentos de hadas


Cuando era una niña, me encantaban los cuentos de hadas. todos eran parecidos, pero a mí no me importaba: “Había una vez una princesa muy guapa, muy guapa que...... después de muchas aventuras y sufrir por culpa de la bruja fea.... se casaba con un príncipe muy apuesto, muy apuesto”. Luego estaba el Patito Feo, que era despreciado por todos, incluso sus hermanos, pero que, finalmente, se convertía en un bello cisne al que todos admiraban. A lo largo de los siglos, estos cuentos han hecho soñar a las niñas, que se creían que podían llegar a ser princesas admiradas por su belleza y cumplir sus sueños. Estos cuentos, muchos de ellos verdaderas joyas de la literatura universal, como “Los Cuentos de las mil y una noches”, no sólo iban dirigidos a los niños, sino que servían para amenizar a los mayores en tiempos y lugares en los que no se conocía la radio, el cine o la televisión. Si se analiza el contenido de todos estos cuentos y de otras leyendas e historias populares, encontraremos en todos ellos el mismo mensaje: La belleza física, especialmente, de las mujeres va unida a todo lo bueno (la bondad, la riqueza, el éxito, la felicidad), mientras que la fealdad parece ser sinónimo de maldad, pobreza, mala suerte o desgracia. Fabrizio, en la Cartuja de Parma, se enamoró de Clelia por su dulce belleza. Este mensaje ha calado bien en la sociedad, en la nuestra...... y en las otras. Poco importa que los cánones de belleza sean diferentes y vayan cambiando con el paso del tiempo. Lo cierto es que buscamos ese ideal, por inalcanzable que sea (las Tops Models de hoy son tan top, que si quieres alcanzarlas te das el batacazo), y rechazamos lo feo como algo casi dañino. Existe un grupo de mujeres que, por mucho que cambien los estándares al uso, nunca están, estamos, de moda: son las mujeres con discapacidades (las entraditas en carnes, al menos, tuvieron su momento de gloria en la época de Rubens, sino véase la celulitis de Las tres Gracias). Esta broma, que puede hacernos sonreír, esconde una realidad, muchas veces, ignorada. Las mujeres con discapacidad, desde niñas, pueden sufrir un rechazo, unas veces, explícito y, otras, tácito, si su discapacidad es muy visible a los ojos de los demás. Las relaciones sociales se ven coartadas, no por la discapacidad, sino por un concepto de mujer, asumido en la mayoría de los casos por ellas mismas, que las coloca en una categoría ambigua: son mujeres, pero sin las condiciones de feminidad. Y para reducir esa ambigüedad, que es tan incómoda, la sociedad, unas veces, las convierte en niñas, con deseos y sentimientos infantiles, otras, en confidente de secretos o en la sucesora de Elena Francis y las personas “más comprensivas” las invitan a jugar a cada oveja con su pareja (- conozco un chico como tú, que haría muy buena pareja contigo -¿cómo yo, en qué sentido?). La solución a este problema no es convertir a la pobre Cenicienta en fea y a la madrastra en bella y distinguida, sino en educar a las/os niñas/os, y no tan niñas/os, en el valor de que la belleza o la discapacidad no son atributos esenciales que definan a las personas en su totalidad y condicionen las relaciones sociales o las de pareja, sino unas características más de cada una/o, que deberían pasar a un segundo plano si lo único que se pretende es tomarse una Coca-Cola con una persona con la que se han encontrado afinidades, que, ¿quién sabe?, si es su Cenicienta particular. Las relaciones humanas deben basarse en algo más que en la fascinación que a todos nos produce determinados rasgos superficiales. No debemos olvidar que sobre las relaciones con los demás se sustentan todas las actuaciones que se llevan a cabo en la sociedad. Nos relacionamos, no sólo con amigas/os o con nuestra pareja, sino también con los profesores y alumnos de la escuela, en la universidad, en el trabajo, en el centro de salud o al comprar el pan. Ahora bien, las mujeres con discapacidad tampoco podemos caer en victimismos baldíos y echar la culpa a los demás de todos nuestros fracasos. Debemos empezar por respetarnos a nosotras mismas, sin compararnos con la Inés Álvarez de turno, pero tampoco despreciándola, como hiciera la zorra con las uvas de la fábula. Debemos apreciarnos en nuestra justa medida, conocer dónde está nuestra valía y defenderla serenamente, cuando busquemos alcanzar nuestras metas, ya sean personales, ya profesionales. No debemos dejarnos infantilizar ni dar pie a que otros nos vean distintas por el hecho de tener una discapacidad (¿distintas de quién?). Ahora yo me pregunto:...... ¿Qué te parecería si el cuento narrase la historia de una princesa que, al besar al príncipe, éste se convirtiese en rana?........

UNA LECTORA EMPEDERNIDA DE CUENTOS, HISTORIAS Y LEYENDAS

De la web: Red MujerConDiscapacidad

2 comentarios:

Manoli-Huelva dijo...

Me encanta esta reflexión. Y cuánta verdad contiene¡
Un abrazo
Manoli (Huelva)

Biznaga66 dijo...

Ojalá entre todas hagamos que este sitio esa un espacio donde reflexionar sobre todo cuanto significa ser mujer diversa.

Un besito Manoli