Las imágenes sociales describen de forma esquemática a los colectivos a partir de creencias –
estereotipos- y valoraciones –prejuicios-, más o menos acertadas o erróneas. La imagen social
de la mujer con discapacidad es distinta de la del resto de mujeres. Comparten una imagen
surgida en las sociedades patriarcales que las sitúa en condiciones de inferioridad respecto a
los hombres y las ubica dentro del ámbito familiar y doméstico. Sin embargo se les niega la
posibilidad de ejercer aquellas funciones que estas mismas sociedades consideran propias de
las mujeres, ya que según la imagen estereotipada existente, las que tienen una discapacidad
carecen de las cualidades necesarias para ser esposas o compañeras y madres. Por otra parte
no trabajan fuera de casa, pero por ser eternas niñas, tampoco son libres en el ámbito
doméstico.
Por otro lado, la imagen de la mujer con discapacidad comparte algunos atributos con la de los
hombres con discapacidad. Existe una concepción de la discapacidad que lleva asociada
ciertos atributos como inferioridad, lo que suscita sentimientos de rechazo, miedo, etc. Pero,
mientras que al hombre con discapacidad se le considera apto para trabajar, tener y disfrutar
de una pareja, y tener hijos e hijas, a ellas se les niega tales posibilidades.
La imagen social de las mujeres con discapacidad cumple una función fundamental en la
discriminación que sufren. Por una parte ofrece argumentos aparentemente razonables -
prejuicios- para justificar la situación de desventaja en que se encuentran. Por otra, explican
cuáles son las pautas de comportamiento idóneas respecto a ellas.
Hay dos factores esenciales que impiden que la imagen de las personas con discapacidad sea
y esté incluida en situaciones de normalidad: la propia imagen que tienen de sí las personas
con discapacidad y la que tienen los comunicadores.
El grado de satisfacción personal que experimenta una mujer tiene mucho que ver con que se
identifique más o menos con la imagen que socialmente se tiene del cuerpo... Así la gordura se
ha convertido en algo indeseable y la delgadez se identifica con el éxito... Sin embargo, este
prototipo es, en el mayor numero de casos, inalcanzable para las mujeres. Además de estos
atributos físicos, entran en juego rasgos culturalmente aceptados como ideales en la mujer y
que difícilmente cumplen aquellas que tienen alguna discapacidad, quienes tienen experiencias
y apariencias “diferentes”, lo que las aparta y aísla del resto del grupo.
Los prototipos y normas estéticas definidas por la cultura dominante, mostradas a través de la
publicidad e interiorizadas como socialmente deseables provocan la necesidad de cambiar o
alterar el cuerpo imperfecto. El mensaje es claro: “El modo en que están nuestros cuerpos no
es aceptable ni deseable”. Ser no-discapacitada es lo ideal y unido a ello está la expectativa
adicional de conseguir el cuerpo perfecto.
Las mujeres con discapacidad no se libran tampoco de la influencia que ejercen esos mensajes
publicitarios a la hora de “configurar” sus cuerpos, sabemos lo que es deseable y no en el
cuerpo de una mujer y comparamos. La discapacidad es vista como un “déficit” y el “ideal”
impuesto queda lejos de su alcance. Estos mensajes se interiorizan y se establecen relaciones
de comparación entre el estándar de belleza y la imagen que esas mujeres tienen de sí mismas
lo que probablemente las conducirá a un deterioro de su autoestima.
Esta autoimagen se ve refrendada o cuestionada por la familia y amigos desde que surge la
discapacidad que puede ser desde la infancia. Comienza entonces un proceso de evaluación
de comparación con los estándares de belleza. Al mismo tiempo y en función de esa
percepción que los demás tienen de la discapacidad, se niegan o limitan roles que
generalmente son asignados a las mujeres. No encajar en el molde establecido de belleza o
“buena presencia” limita las posibilidades de mantener relaciones íntimas, acentúa las
diferencia físicas y daña la auto-percepción que tenemos de nuestro cuerpo.
Por tanto, una mujer con discapacidad acaba viviendo esa discapacidad como algo negativo,
entre otras cosas, porque cercena sus posibilidades de relación y de consideración social en la
medida en la que no es capaz de responder a patrones y roles determinados. Su existencia
gana en invisibilidad al no desempeñar ni encajar en esos moldes tradicionales. (Se deja de
participar en actividades según el sexo y la edad, no se les considera en el papel de novias,
madres o esposas, se les niegan puestos de trabajo en los que existe un componente alto de
“exhibición” de la imagen, etc.) y, sin embargo, se realzan elementos de su vida que en
personas sin discapacidad serían vistos como normales (estudiar, cocinar, asearse, etc.) o se
distorsiona su existencia para hacer retratos de vidas extraordinarias, hechos de superación
personal heroicos o románticos.
Esta ausencia de expectativas sobre la proyección personal de una mujer con discapacidad y
el hecho de no responder a las características que definen un rol incrementa el desconcierto de
los otros a la hora de relacionarse. Este hecho hace que, o bien renuncien a mantener esa
relación, o lo hagan siempre bajo el condicionamiento de “no saber que hacer” ante lo que
creen es una persona diferente. Del mismo modo, esta actitud genera desconcierto en la mujer
con discapacidad y lo que es peor acrecienta la inseguridad, el miedo y la valoración negativa
de sí misma.
De alguna manera, la percepción de nuestro cuerpo nos da incidios (consciente o
inconscientemente), de nuestras posibilidades futuras de desarrollo personal, situación social y
económica, etc. Existe una relación entre el cuerpo y las expectativas de evolución personal.
Esta situación no es del todo aplicable a las mujeres con discapacidad intelectual.... ya que
difícilmente son vistas como mujeres. Su cuerpo es objetivado, también con propósito de
dominación pero en un contexto diferente: actos cotidianos que resultan sensuales y eróticos
como el desvestirse, se convierten en actos curiosos, llamativos e indeseables en una mujer con discapacidad.
estereotipos- y valoraciones –prejuicios-, más o menos acertadas o erróneas. La imagen social
de la mujer con discapacidad es distinta de la del resto de mujeres. Comparten una imagen
surgida en las sociedades patriarcales que las sitúa en condiciones de inferioridad respecto a
los hombres y las ubica dentro del ámbito familiar y doméstico. Sin embargo se les niega la
posibilidad de ejercer aquellas funciones que estas mismas sociedades consideran propias de
las mujeres, ya que según la imagen estereotipada existente, las que tienen una discapacidad
carecen de las cualidades necesarias para ser esposas o compañeras y madres. Por otra parte
no trabajan fuera de casa, pero por ser eternas niñas, tampoco son libres en el ámbito
doméstico.
Por otro lado, la imagen de la mujer con discapacidad comparte algunos atributos con la de los
hombres con discapacidad. Existe una concepción de la discapacidad que lleva asociada
ciertos atributos como inferioridad, lo que suscita sentimientos de rechazo, miedo, etc. Pero,
mientras que al hombre con discapacidad se le considera apto para trabajar, tener y disfrutar
de una pareja, y tener hijos e hijas, a ellas se les niega tales posibilidades.
La imagen social de las mujeres con discapacidad cumple una función fundamental en la
discriminación que sufren. Por una parte ofrece argumentos aparentemente razonables -
prejuicios- para justificar la situación de desventaja en que se encuentran. Por otra, explican
cuáles son las pautas de comportamiento idóneas respecto a ellas.
Hay dos factores esenciales que impiden que la imagen de las personas con discapacidad sea
y esté incluida en situaciones de normalidad: la propia imagen que tienen de sí las personas
con discapacidad y la que tienen los comunicadores.
El grado de satisfacción personal que experimenta una mujer tiene mucho que ver con que se
identifique más o menos con la imagen que socialmente se tiene del cuerpo... Así la gordura se
ha convertido en algo indeseable y la delgadez se identifica con el éxito... Sin embargo, este
prototipo es, en el mayor numero de casos, inalcanzable para las mujeres. Además de estos
atributos físicos, entran en juego rasgos culturalmente aceptados como ideales en la mujer y
que difícilmente cumplen aquellas que tienen alguna discapacidad, quienes tienen experiencias
y apariencias “diferentes”, lo que las aparta y aísla del resto del grupo.
Los prototipos y normas estéticas definidas por la cultura dominante, mostradas a través de la
publicidad e interiorizadas como socialmente deseables provocan la necesidad de cambiar o
alterar el cuerpo imperfecto. El mensaje es claro: “El modo en que están nuestros cuerpos no
es aceptable ni deseable”. Ser no-discapacitada es lo ideal y unido a ello está la expectativa
adicional de conseguir el cuerpo perfecto.
Las mujeres con discapacidad no se libran tampoco de la influencia que ejercen esos mensajes
publicitarios a la hora de “configurar” sus cuerpos, sabemos lo que es deseable y no en el
cuerpo de una mujer y comparamos. La discapacidad es vista como un “déficit” y el “ideal”
impuesto queda lejos de su alcance. Estos mensajes se interiorizan y se establecen relaciones
de comparación entre el estándar de belleza y la imagen que esas mujeres tienen de sí mismas
lo que probablemente las conducirá a un deterioro de su autoestima.
Esta autoimagen se ve refrendada o cuestionada por la familia y amigos desde que surge la
discapacidad que puede ser desde la infancia. Comienza entonces un proceso de evaluación
de comparación con los estándares de belleza. Al mismo tiempo y en función de esa
percepción que los demás tienen de la discapacidad, se niegan o limitan roles que
generalmente son asignados a las mujeres. No encajar en el molde establecido de belleza o
“buena presencia” limita las posibilidades de mantener relaciones íntimas, acentúa las
diferencia físicas y daña la auto-percepción que tenemos de nuestro cuerpo.
Por tanto, una mujer con discapacidad acaba viviendo esa discapacidad como algo negativo,
entre otras cosas, porque cercena sus posibilidades de relación y de consideración social en la
medida en la que no es capaz de responder a patrones y roles determinados. Su existencia
gana en invisibilidad al no desempeñar ni encajar en esos moldes tradicionales. (Se deja de
participar en actividades según el sexo y la edad, no se les considera en el papel de novias,
madres o esposas, se les niegan puestos de trabajo en los que existe un componente alto de
“exhibición” de la imagen, etc.) y, sin embargo, se realzan elementos de su vida que en
personas sin discapacidad serían vistos como normales (estudiar, cocinar, asearse, etc.) o se
distorsiona su existencia para hacer retratos de vidas extraordinarias, hechos de superación
personal heroicos o románticos.
Esta ausencia de expectativas sobre la proyección personal de una mujer con discapacidad y
el hecho de no responder a las características que definen un rol incrementa el desconcierto de
los otros a la hora de relacionarse. Este hecho hace que, o bien renuncien a mantener esa
relación, o lo hagan siempre bajo el condicionamiento de “no saber que hacer” ante lo que
creen es una persona diferente. Del mismo modo, esta actitud genera desconcierto en la mujer
con discapacidad y lo que es peor acrecienta la inseguridad, el miedo y la valoración negativa
de sí misma.
De alguna manera, la percepción de nuestro cuerpo nos da incidios (consciente o
inconscientemente), de nuestras posibilidades futuras de desarrollo personal, situación social y
económica, etc. Existe una relación entre el cuerpo y las expectativas de evolución personal.
Esta situación no es del todo aplicable a las mujeres con discapacidad intelectual.... ya que
difícilmente son vistas como mujeres. Su cuerpo es objetivado, también con propósito de
dominación pero en un contexto diferente: actos cotidianos que resultan sensuales y eróticos
como el desvestirse, se convierten en actos curiosos, llamativos e indeseables en una mujer con discapacidad.
*Dibujo de mi querida sobrina Carmen P. (9 años)
No hay comentarios:
Publicar un comentario