Si hacemos un pequeño recorrido por la historia de nuestro pensamiento, así como de nuestra ciencia y nuestras artes, podemos observar que ha habido un periodo de tiempo especialmente significativo en nuestra historia, la modernidad, de donde hemos aprendido que el ser humano tiene dignidad intrínseca (tenga la nacionalidad y estatus social que tenga), y que, muy posiblemente, ésta “es” la característica más propia que le dota de “humanidad”; con lo cual, al mismo tiempo, “la dignidad” se ha constituido como la característica más “universal”, y “digna de universalizarse” de todas las posibles.
Sin embargo, en ese “deseo de universalización” hemos implantado a nivel mundial determinados pensamientos –fundamentalmente occidentales-, así como “tipos de seres humanos concretos”, puesto que se ha explicitado que “en esa universalización” no estamos todos ni, menos aún, todas, obviando otra peculiaridad del ser humano que, ni qué duda cabe, igualmente le dota de “humanidad”: nos referimos sin duda alguna a la diversidad humana (El ser humano ha demostrado ser la suma de “universalidad + particularidades”).
Por ello pues, hemos aprendido de posturas menos ortodoxas, -posmodernistas...-, que en nuestro afán de “universalizar” hemos dejado en los márgenes a muchos grupos y colectivos de seres humanos; hemos aprendido que para universalizar es necesario tener presente toda peculiaridad.
Así, colectivos de “otras culturas”, de personas con especificidades físicas, sensoriales y/o psicológicas, de mujeres, de personas mayores, y otras etnias..., configuran la geografía de “quienes están en los márgenes”.
Gracias a los mass media principalmente, cada vez más la ciudadanía de a pie estamos siendo testigos de que esa mitad de la Humanidad, la(s) Mujer(es), son sujetos que padecen una serie de “injusticias sociales” –viven en los márgenes - por parte de una cultura, occidental o no, que defiende la “superioridad del hombre” en relación a ella(s).
Dichas injusticias, tales como una inferioridad en los puestos de trabajo; en los salarios; en los niveles educativos; hasta, incluso, en llegar a padecer violencia –física, psicológica y/o sexual-..., simplemente por el mero hecho de “ser mujer”, son “sociales” precisamente porque, tal y como
han puesto de manifiesto las propias mujeres de todo el mundo, tienen mucho más de construcciones sociales y/o culturales , que no de diferencias estrictamente biológicas –tal y como a lo largo de la historia se nos había hecho creer-.
Al parecer, quienes “hablaban del ser humano en sentido abstracto” –y, por tanto, en sentido universal-, en la praxis lo único que hacían era distinguir “los Otros” de “ellos Mismos”.
Así, todos aquellos grupos que han sido/siguen siendo parte constitutiva de “esos márgenes”, han sido esos Otros y Otras que, tal y como explica Celia Amorós -centrán dose en el grupo de mujeres-, se perciben a sí mismos/as y perciben sus realidades en función de cómo “los Mismos” los definen (motivo más que suficiente como para que se hallen en absoluta desigualdad, y por tanto en especial vulnerabilidad, respecto a los Mismos).
Sin embargo, dentro de los márgenes todavía existen “más márgenes” que dejan a esas y esos sujetos en el silencio y la invisibilidad más absolutas. Si “dentro de los márgenes” se encuentran las mujeres y “los discapacitados ” como grupos separados, pero que comparten la marginación de “los márgenes”; ni qué decir, cuando ambos colectivos convergen en unas sujetos específicas: las mujeres con discapacidades.
Hablar de mujer con discapacidad es hablar necesariamente de una “doble marginación”: son mujeres “doblemente” azotadas por injusticias sociales
propias de las que se aplican a las personas con discapacidad, por ser consideradas tradicionalmente como “discapacitados” y por las injusticias propias por el hecho de ser mujeres. Es lo que se denomina «Teoría de la doble discriminación o Teoría de la discriminación múltiple ».
Así, si tanto la discapacidad, por un lado, como el hecho de ser mujer, por otro, ya de por sí suponen enormes actitudes injustas; ni qué decir, cuando estos dos factores se concentran en un solo ser humano.
A pesar de que apenas existen cifras precisas que evidencian que las mujeres con discapacidad sufrimos violencia de género; ello, no nos impide afirmar que sí sucede.
Contrariamente a lo que comúnmente podríamos entender, ya que las personas con discapacidad, especialmente las mujeres, nos desarrollamos y movemos en entornos que propician la “sobreprotección” desde nuestro núcleo familiar más inmediato, hasta espacios institucionalizados que han sido creados, al menos en principio, para asegurarnos “un determinado bienestar”, hay que reconocer que las mujeres con discapacidades sufrimos violencia de todo tipo, a pesar de la aparente “sobreprotección”. Las mujeres con discapacidades, cuanta mayor discapacidad tenemos, más “carne de cañón” somos de sufrir violencia física, psicológica y/o sexual.
- Aunque somos la mitad de “la Humanidad con discapacidad”, no nos encontramos en paridad con respecto a nuestros compañeros, los hombres con discapacidad, con lo cual:
1. Sufrimos mayor “sobreprotección”, si cabe, tanto en el entorno familiar como en espacios institucionalizados.
2. La sobreprotección nos genera mayor dependencia, moral y física, con respecto a “quienes nos cuidan/se encargan de nosotras”.
3. Esta dependencia, a su vez imposibilita una independencia económica.
4. Al mismo tiempo, esta sobreprotección produce que tengamos una muy baja autoestima, al igual que se nos perciba como mujeres devaluadas.
5. Tanto la baja autoestima, así como la “devaluación social”, que padecemos en términos generales hace que no se nos considere válidas para ser amantes, esposas, ni madres.
6. La excesiva devaluación social que configura nuestra realidad más inmediata, nos deja en gran indefensión frente a las diversas acciones violentas que podemos sufrir.
7. Indefensión y vulnerabilidad se dan de la mano cuando se trata de “acusar los actos violentos”.
8. La falta de una buena cobertura de protección social propicia que las mujeres con discapacidades podamos ser víctimas de actos violentos con gran facilidad.
9. Precisamente, tanto la “baja autoestima” de una mujer con discapacidad como la “mala percepción social” que se tiene de ella, hacen que quienes las agreden física, psicológica y/o sexualmente, lo hagan con “mayor libertad moral” (mejor dicho, “mayor libertad pseudo-moral”).
- Sin embargo, para que todo ello cambie debemos:
1. Tener la capacidad de mirar “con ojos diferentes” a la discapacidad, entendiéndola como un problema social que nos incumbe a todas y todos, y que, por tanto, su solución también es, y debe ser, social . Para las personas con discapacidad, en concreto para el colectivo de mujeres, la anatomía tampoco puede ser destino.
2. Crear una cobertura de protección social suficiente, desde la Filosofía del Movimiento de Vida Independiente y de los Derechos Humanos de las personas con discapacidad, que ayude y contribuya a dignificar la vida de las mujeres con todo tipo de discapacidades, así como que se reconozcan y garanticen sus Derechos a formar una familia, a la maternidad y a disfrutar de su sexualidad.
3. Analizar y detectar la violencia que sufren las mujeres con discapacidades, especialmente de las mujeres que, por su discapacidad, no pueden valerse por sí mismas.
4. Reconocer, en primer lugar, que la vida de una persona con discapacidad tiene valor en sí misma, y que toda “acción violenta” que pueda ejercerse contra ella debe ser interpretada como verdadera violación de Derechos Humanos de Mujeres y Hombres con discapacidad-es.
5. Potenciar la autoestima de las mujeres con discapacidades, haciéndolas participes activas de sus propias vidas.
6. Fomentar la desinstitucionalización, creando alternativas de vida dentro de la comunidad, y que propicien una verdadera integración y normalización dentro de la sociedad, como mejor vía de autodefensión y de visibilización.
7. Crear una cobertura de protección social suficiente, desde la Filosofía del Movimiento de Vida Independiente y de los Derechos Humanos de las personas con discapacidad, donde la mujer con discapacidad, tenga el tipo/grado de discapacidad que sea, forme parte activa de todo aquello que
configura y posibilita su realidad, a fin de que puedan combatir la violencia en la que se ven envueltas como consecuencia de “vivir desde la a-normalidad”.
Dña. Mª Soledad Arnau Ripollés
Dpto. de Filosofía y Filosofía Moral y Política (UNED)
Sin embargo, en ese “deseo de universalización” hemos implantado a nivel mundial determinados pensamientos –fundamentalmente occidentales-, así como “tipos de seres humanos concretos”, puesto que se ha explicitado que “en esa universalización” no estamos todos ni, menos aún, todas, obviando otra peculiaridad del ser humano que, ni qué duda cabe, igualmente le dota de “humanidad”: nos referimos sin duda alguna a la diversidad humana (El ser humano ha demostrado ser la suma de “universalidad + particularidades”).
Por ello pues, hemos aprendido de posturas menos ortodoxas, -posmodernistas...-, que en nuestro afán de “universalizar” hemos dejado en los márgenes a muchos grupos y colectivos de seres humanos; hemos aprendido que para universalizar es necesario tener presente toda peculiaridad.
Así, colectivos de “otras culturas”, de personas con especificidades físicas, sensoriales y/o psicológicas, de mujeres, de personas mayores, y otras etnias..., configuran la geografía de “quienes están en los márgenes”.
Gracias a los mass media principalmente, cada vez más la ciudadanía de a pie estamos siendo testigos de que esa mitad de la Humanidad, la(s) Mujer(es), son sujetos que padecen una serie de “injusticias sociales” –viven en los márgenes - por parte de una cultura, occidental o no, que defiende la “superioridad del hombre” en relación a ella(s).
Dichas injusticias, tales como una inferioridad en los puestos de trabajo; en los salarios; en los niveles educativos; hasta, incluso, en llegar a padecer violencia –física, psicológica y/o sexual-..., simplemente por el mero hecho de “ser mujer”, son “sociales” precisamente porque, tal y como
han puesto de manifiesto las propias mujeres de todo el mundo, tienen mucho más de construcciones sociales y/o culturales , que no de diferencias estrictamente biológicas –tal y como a lo largo de la historia se nos había hecho creer-.
Al parecer, quienes “hablaban del ser humano en sentido abstracto” –y, por tanto, en sentido universal-, en la praxis lo único que hacían era distinguir “los Otros” de “ellos Mismos”.
Así, todos aquellos grupos que han sido/siguen siendo parte constitutiva de “esos márgenes”, han sido esos Otros y Otras que, tal y como explica Celia Amorós -centrán dose en el grupo de mujeres-, se perciben a sí mismos/as y perciben sus realidades en función de cómo “los Mismos” los definen (motivo más que suficiente como para que se hallen en absoluta desigualdad, y por tanto en especial vulnerabilidad, respecto a los Mismos).
Sin embargo, dentro de los márgenes todavía existen “más márgenes” que dejan a esas y esos sujetos en el silencio y la invisibilidad más absolutas. Si “dentro de los márgenes” se encuentran las mujeres y “los discapacitados ” como grupos separados, pero que comparten la marginación de “los márgenes”; ni qué decir, cuando ambos colectivos convergen en unas sujetos específicas: las mujeres con discapacidades.
Hablar de mujer con discapacidad es hablar necesariamente de una “doble marginación”: son mujeres “doblemente” azotadas por injusticias sociales
propias de las que se aplican a las personas con discapacidad, por ser consideradas tradicionalmente como “discapacitados” y por las injusticias propias por el hecho de ser mujeres. Es lo que se denomina «Teoría de la doble discriminación o Teoría de la discriminación múltiple ».
Así, si tanto la discapacidad, por un lado, como el hecho de ser mujer, por otro, ya de por sí suponen enormes actitudes injustas; ni qué decir, cuando estos dos factores se concentran en un solo ser humano.
A pesar de que apenas existen cifras precisas que evidencian que las mujeres con discapacidad sufrimos violencia de género; ello, no nos impide afirmar que sí sucede.
Contrariamente a lo que comúnmente podríamos entender, ya que las personas con discapacidad, especialmente las mujeres, nos desarrollamos y movemos en entornos que propician la “sobreprotección” desde nuestro núcleo familiar más inmediato, hasta espacios institucionalizados que han sido creados, al menos en principio, para asegurarnos “un determinado bienestar”, hay que reconocer que las mujeres con discapacidades sufrimos violencia de todo tipo, a pesar de la aparente “sobreprotección”. Las mujeres con discapacidades, cuanta mayor discapacidad tenemos, más “carne de cañón” somos de sufrir violencia física, psicológica y/o sexual.
- Aunque somos la mitad de “la Humanidad con discapacidad”, no nos encontramos en paridad con respecto a nuestros compañeros, los hombres con discapacidad, con lo cual:
1. Sufrimos mayor “sobreprotección”, si cabe, tanto en el entorno familiar como en espacios institucionalizados.
2. La sobreprotección nos genera mayor dependencia, moral y física, con respecto a “quienes nos cuidan/se encargan de nosotras”.
3. Esta dependencia, a su vez imposibilita una independencia económica.
4. Al mismo tiempo, esta sobreprotección produce que tengamos una muy baja autoestima, al igual que se nos perciba como mujeres devaluadas.
5. Tanto la baja autoestima, así como la “devaluación social”, que padecemos en términos generales hace que no se nos considere válidas para ser amantes, esposas, ni madres.
6. La excesiva devaluación social que configura nuestra realidad más inmediata, nos deja en gran indefensión frente a las diversas acciones violentas que podemos sufrir.
7. Indefensión y vulnerabilidad se dan de la mano cuando se trata de “acusar los actos violentos”.
8. La falta de una buena cobertura de protección social propicia que las mujeres con discapacidades podamos ser víctimas de actos violentos con gran facilidad.
9. Precisamente, tanto la “baja autoestima” de una mujer con discapacidad como la “mala percepción social” que se tiene de ella, hacen que quienes las agreden física, psicológica y/o sexualmente, lo hagan con “mayor libertad moral” (mejor dicho, “mayor libertad pseudo-moral”).
- Sin embargo, para que todo ello cambie debemos:
1. Tener la capacidad de mirar “con ojos diferentes” a la discapacidad, entendiéndola como un problema social que nos incumbe a todas y todos, y que, por tanto, su solución también es, y debe ser, social . Para las personas con discapacidad, en concreto para el colectivo de mujeres, la anatomía tampoco puede ser destino.
2. Crear una cobertura de protección social suficiente, desde la Filosofía del Movimiento de Vida Independiente y de los Derechos Humanos de las personas con discapacidad, que ayude y contribuya a dignificar la vida de las mujeres con todo tipo de discapacidades, así como que se reconozcan y garanticen sus Derechos a formar una familia, a la maternidad y a disfrutar de su sexualidad.
3. Analizar y detectar la violencia que sufren las mujeres con discapacidades, especialmente de las mujeres que, por su discapacidad, no pueden valerse por sí mismas.
4. Reconocer, en primer lugar, que la vida de una persona con discapacidad tiene valor en sí misma, y que toda “acción violenta” que pueda ejercerse contra ella debe ser interpretada como verdadera violación de Derechos Humanos de Mujeres y Hombres con discapacidad-es.
5. Potenciar la autoestima de las mujeres con discapacidades, haciéndolas participes activas de sus propias vidas.
6. Fomentar la desinstitucionalización, creando alternativas de vida dentro de la comunidad, y que propicien una verdadera integración y normalización dentro de la sociedad, como mejor vía de autodefensión y de visibilización.
7. Crear una cobertura de protección social suficiente, desde la Filosofía del Movimiento de Vida Independiente y de los Derechos Humanos de las personas con discapacidad, donde la mujer con discapacidad, tenga el tipo/grado de discapacidad que sea, forme parte activa de todo aquello que
configura y posibilita su realidad, a fin de que puedan combatir la violencia en la que se ven envueltas como consecuencia de “vivir desde la a-normalidad”.
Dña. Mª Soledad Arnau Ripollés
Dpto. de Filosofía y Filosofía Moral y Política (UNED)
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